viernes, 3 de febrero de 2017

Pato al vino

Un día de cumpleaños de nuestro querido más que amigo, hermano de la vida, Lanz, nos agarró en el medio de una sequía económica y sin víveres en la nevera. Animosa como siempre, yo había decidido ya que un cumpleaños, que es una sola vez al año, tiene que tener algún detalle que lo haga diferente. 

Como no estaba para fantasías el bolsillo (a pesar de los anaqueles llenos en el supermercado, nuestro presupuesto daba apenas para lo necesario), empecé a buscar tal cual Malú en El Manual del Pelabola. El resultado fue... apenas una torre de panquecas que logré disfrazar de torta de cumpleaños.

 Pero seguimos mirando para los lados, y de tanto afán se nos prendió la lamparita: mi suegro venia criando dos patos en un corralito improvisado que tenía en el patio de su casa. Alan sufría porque cuando el abuelo se iba de viaje, él era el comisionado para alimentar y limpiar a los dichosos patos. 

Así que muy entusiasmados, le íbamos a dar un beneficio a los patos y a relevar a Alan de su cargo y ya hasta teníamos pensado el aderezo: media botella de vino tinto guardada quién sabe por qué misterios en el fondo de la despensa. Hasta ahí todo bien.

Ya los inocentes patos estaban a punto de pasar a mejor vida, cuando nos interrumpió un llanto desconsolado. Yo no entendía nada, pero era mi suegro que en ese momento decidió ponerse sentimental y a llorar pensando en los pobres patitos que hasta había visto salir del cascarón.

 Y, llorando y con la voz quebrada, nos decía que cómo era posible que fuéramos a degollar a los patos nada más que por un banal cumpleaños. En fin que los patos, al menos ese día, se salvaron de la degollina. Y nosotros celebramos con media botella de vino tinto.

3 comentarios:

  1. lo imagino y recreo perfectamente, en pocas palabras todo el espíritu de la situación...y de los personajes...jajajaja!!! me encantó

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  2. No fueron los patos los que por esta vez pagaron el pato...

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