viernes, 13 de julio de 2012

Mariposas amarillas

Hoy las mariposas amarillas revolotean en mi mente, junto con el sabor de los amores prohibidos y el aroma de las almendras amargas de los suicidas tristes de Macondo.

Pienso en las calles llenas de almendros polvorientos y en la vírgenes extraterrenas que ascienden volando a los cielos, entre la ropa recién lavada, imágenes creadas por la imaginación prodigiosa del Gabo, que permanecen intactas en mi memoria, tal como me las regaló en un fin de semana de mi adolescencia las páginas de Cien años de soledad.

Y hoy, vuelven con más fuerza a mi cabeza, porque una vez más, tengo noticias del frágil equilibrio de la mente humana. Un trauma, una pérdida, una leve variación en los elementos químicos que componen la maraña cerebral, o simplemente el pasar de los años, son cosas que bastan para que seamos susceptibles a perdernos en el laberinto caótico de nuestros pensamientos.

Es así que insensiblemente, sin darse cuenta, es posible perder contacto poco a poco o de una sola vez, con el mundo cotidiano, el de todos los días, aquel que generalmente solemos llamar real.

En alguna oportunidad, quizás un tanto ligeramente, he afirmado que sería mejor vivir en la feliz ignorancia que estar siempre con la mente despierta, con los sentidos abiertos. Es atractivo para mi pensar en volver a la infancia, a una suerte de paraíso perdido donde los pensamientos no sean fuente de tortura.

Sin embargo, mi corazón se llena de angustia al pensar, al imaginarme un día en el que ya no quiera seguir esforzándome por mantener tensos los hilos que mantienen mis pies firmes sobre la tierra.