viernes, 17 de febrero de 2017

De globos y cielos

Un día de febrero Ariel tenia un globo de colores en la mano. Sin previo aviso, lo soltó y el globo salió volando por los aires hasta convertirse en una manchita lejana en el cielo despejado. Él miró a su globo irse entre las pocas nubes de ese día y lloró amargamente. Intenté razonar con él "¿para qué lo soltaste, si después ibas a llorar?"

 Sin darnos cuenta y sin saber, unas pocas horas más tarde tuvimos que soltar algo muchísimo más amado que un simple globo, sin más opción que ver cómo se alejaba del mundo terreno. Pues así como el globo, encontramos en el camino de este mundo de la ilusión, a seres luminosos y livianos que nos acompañan un rato pero están destinados a otros cielos y parten prematuramente.

 Podemos sacar cuentas y protestar, dedicarnos a la resignación y a la aceptación, enojarnos y en el medio de un acceso de rebeldía inútil, "escupir al cielo", diría mi abuelita... y nada de eso cambiará lo transitorio de este mundo. Y nada tampoco impedirá que al final, todos los globos intenten volar a cielos más amables.

viernes, 3 de febrero de 2017

Pato al vino

Un día de cumpleaños de nuestro querido más que amigo, hermano de la vida, Lanz, nos agarró en el medio de una sequía económica y sin víveres en la nevera. Animosa como siempre, yo había decidido ya que un cumpleaños, que es una sola vez al año, tiene que tener algún detalle que lo haga diferente. 

Como no estaba para fantasías el bolsillo (a pesar de los anaqueles llenos en el supermercado, nuestro presupuesto daba apenas para lo necesario), empecé a buscar tal cual Malú en El Manual del Pelabola. El resultado fue... apenas una torre de panquecas que logré disfrazar de torta de cumpleaños.

 Pero seguimos mirando para los lados, y de tanto afán se nos prendió la lamparita: mi suegro venia criando dos patos en un corralito improvisado que tenía en el patio de su casa. Alan sufría porque cuando el abuelo se iba de viaje, él era el comisionado para alimentar y limpiar a los dichosos patos. 

Así que muy entusiasmados, le íbamos a dar un beneficio a los patos y a relevar a Alan de su cargo y ya hasta teníamos pensado el aderezo: media botella de vino tinto guardada quién sabe por qué misterios en el fondo de la despensa. Hasta ahí todo bien.

Ya los inocentes patos estaban a punto de pasar a mejor vida, cuando nos interrumpió un llanto desconsolado. Yo no entendía nada, pero era mi suegro que en ese momento decidió ponerse sentimental y a llorar pensando en los pobres patitos que hasta había visto salir del cascarón.

 Y, llorando y con la voz quebrada, nos decía que cómo era posible que fuéramos a degollar a los patos nada más que por un banal cumpleaños. En fin que los patos, al menos ese día, se salvaron de la degollina. Y nosotros celebramos con media botella de vino tinto.