martes, 25 de junio de 2013

San Juan

Con precisión de entomóloga observo un ritual del día de San Juan. Una noche de cantos de grillos, temperatura perfecta entre el fresco de la noche entibiado por el calor del día y una brillante y redonda luna blanca en un cielo despejado.

Los tambores resuenan entre el humo de los tabacos y los cantos que se entonan en la noche son los mismos que escuchó este continente con las primeras oleadas de la dolorosa inmigración africana. Y entonces parece que los mismos espíritus de la tierra y del agua son los que danzan sueltos.

Mi otro yo me dice que están debajo de las piedra, atrás de los árboles, chapoteando en el agua de los pozos encantados. Y entonces, una vez más, quiero creer. Porque creer en algo es un asunto de supervivencia en este mundo muchas veces cruel. Tratar de entender esta extraña tierra, este andar por caminos tantas veces sin sentido, subir y después bajar porque así dicen que debes vivir.

Digo mundo cruel, porque como seres vivos nos pasamos la vida en la estéril lucha sin sentido contra el desenlace final de la muerte y desintegración de nuestra esencia. Así, creer en algo más, que algo más somos que este montón de huesos, piel, carne y sangre que corre alborotada o lenta por nuestras venas, corazón bombeando aire, aire entrando y saliendo de los pulmones, es creer que nuestra esencia va más allá, y que llegará el día en que todo cobrará un sentido insospechado ante nuestros ojos asombrados.

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